Homenaje al maestro Ingmar Bergman
Por Ariel Torres Funes
En la filmografía de la historia del cine hay un creador que ha visto al trasluz las relaciones interpersonales y ha buceado por las oscuras aguas de la mente y corazón humano. Que ha sumado al arte una obra prolija que va más allá de lo cinematográfico y más allá del tiempo que le tocó vivir, para recalar en esa biblioteca del pensamiento universal que no termina -afortunadamente- de escribirse y aportar protagonistas. El autor de una obra -porque al final todas sus obras son una obra- esencialmente humana y honesta, originada no sólo de sus reflexiones e imaginación; también de sus entrañas. Nos referimos al realizador sueco Ingmar Bergman (1918-2007).
Este director nórdico nació en 1918 (Uppsala), hijo de un pastor luterano que siempre supo que no sería obispo. Como es de suponer, fue en su infancia donde Bergman conoció la censura y la fuerza del adoctrinamiento de una mano dura. Creció en una familia donde las reglas para ser un "buen" muchacho cubrían todos los rincones, desde el místico hasta el académico. Reiteradas veces relató como en su casa lo intelectivo era una sombra que se hacía propietario de lo sensitivo.
Seguro que no le fue fácil al Bergman niño y al Bergman joven encontrar su propia identidad espiritual sin destruir la que recibía. Probablemente se le deba a su conservador hogar la obtención de un mundo metafísico de la religión, los sentimientos de culpa, pecado y redención, y la búsqueda de lo divino, temas que
En su obra se volverían diferentes.
Cabe recordar que el cine de Bergman es constantemente autobiográfico; un ejemplo, bastará ver Fanny y Alexander (1982), para entender la visión que tiene sobre su niñez.
Deseoso por salir de la presión del ambiente académico de su Uppsala natal, y del agobio almidonado de su casa protestante, Bergman se trasladó a Estocolmo. Fue en la hermosa capital sueca donde se da alas al Bergman artístico. Disfrutando de la privacidad que anhelaba y que lo interiorizaba más, se adentra con mayor libertad en los autores que lo marcarían por vida. Sería el legado de los dramaturgos suecos, Ibsen y Strindberg, quienes lo introducirían a interpretar el mundo a través de los ojos del drama. Era Bergman saliendo al encuentro de sus demonios.
Es así como la mente de Bergman se suelta, desata sus nudos, y meses después consigue su primer trabajo como ayudante de dirección en el teatro de la Ópera Real de Estocolmo, una joya de la arquitectura imperial. Lo que siguió es una larga historia donde la vida y la ficción fueron su único matrimonio estable.
A sesenta años de su primer película
Ya han pasado más de sesenta años desde su primera película (Crisis, 1946); y hasta el 2003 (con “Saraband”), fueron más de cuarenta los filmes que nos ha entregado a los espectadores del mundo entero, algunos de los cuales llegaron a exhibirse en los cines hondureños, como lo atestiguan amarillentos periódicos de la hemeroteca. El huevo de la serpiente, por ejemplo, se exhibió en una sala de los desaparecidos cines Maya, que por fortuna escaparon al trágico destino de convertirse en templo de locos evangélicos.
Creador de filmes memorables como El Séptimo Sello, Fresas Salvajes, Detrás del Vidrio Oscuro, La Fuente de la Doncella, Fanny y Alexander, Persona (de la que se afirmó fue su obra cumbre y que no se haya fácilmente en Tegucigalpa) y otras; el cine de Bergman es muy peculiar; pero sobre todo, se puede resumir diciendo que es un cine que llega a todos los sentidos; ya que, como dice él mismo, "uno vive con todos los sentidos". El cine de Bergman es incluso capaz de hacernos sentir color en sus películas en blanco y negro.
Para tratar de entender su cine -complejo pero a la vez sencillo; intelectual pero a la vez cotidiano- es menester entender sus bases cinematográficas y ligarlas a su filosofía artística. "Lo esencial para mí es y seguirá siendo el tema. La temática es esencial en todo arte, y a la temática tiene que sujetarse la forma. No puede ser al contrario. No es la forma la que ha de dominar el tema, sino el tema el que ha de imponer la forma", sostuvo Bergman.
Partiendo de esa concepción se capta mejor la densidad y profundidad de sus diálogos -probablemente hechura del mejor director de todos los tiempos al momento de estructurar los diálogos.
Sus textos ponen en confesión y a platicar entre si a los misterios del amor, de la muerte, del odio, de lo contrariado, y del existencialismo. Sus diálogos son exámenes a la intimidad personal, que siempre tienen un contexto de referencia.
Habrá quien considere sus películas un tanto lentas, ya que sus tramas se desarrollan sin prisas. A mi suponer, es ahí donde se encuentra gran parte de la magia del cine de Bergman. El desarrollo de sus historias se abren delicadamente, y febrilmente, como el regalo de una amante que está diciendo adiós. Los personajes de Bergman se abren heridas y se las lamen con alcohol; mimando su dolor.
Son siempre películas que narran trayectorias que conducen a sus personajes a tener un recorrido enigmático hacia si mismos. Y que casi siempre los conduce a su creencia existencial: que por encima de la vida cotidiana, en sociedad o en pareja, el ser humano sufre de una irreversible soledad.
Bergman propuso que todos los humanos somos víctimas de un orden exterior ajeno a nuestra condición, y de un desorden interior del que tampoco somos capaces de controlar.
Paradójicamente, la forma en que narró esas historias desgarradoras fue en un lenguaje visual esteticista. Su fotografía es más narradora que protagonista, encuadra más que dibuja, no se mete a buscar planos porque los planos ya están. No le importa tener la cámara una hora en una habitación, con apenas una pequeña ventana, un reloj, un sillón. Bergman pudo haber dicho la frase de Proust: "toda mi obra salió de una taza de té". O, quizá, "toda mi obra cabe en una taza de té". La estructura de sus películas es deliberadamente teatral, en espacios muchas veces claustrofóbicos.
Además de ese aroma teatral, los filmes de Bergman también se caracterizaron por tener un toque "televisivo". Es más, una buena parte de sus películas se produjeron con la idea de ser exhibidas primero en la televisión, antes que en los cines. Con esto, Bergman pretendió tener un público más amplio y heterogéneo, y a su vez manifiestó su alegría por las posibilidades de democratizar el cine, tanto al mostrarlas como realizarlas, al grado que ha utilizado el video en lugar del celuloide, como ocurrió con "Saraband".
Hacer cine sin mucho dinero
Su tesis política fue la siguiente: es posible hacer cine sin mucho dinero, y sin dejarse seducir por el comercio. Es su legado. Pocos personajes, pocas locaciones, diálogos y conflictos sustanciales y, además, como lo ha definido Woody Allen, con un brillante sentido del espectáculo.
Hablar de los actores que a través de la historia lo acompañaron en sus películas podría llevarnos a otra reseña. Bajo su dirección se revelaron actores y actrices brillantes, con quienes llegó a tener una relación estrecha, intelectual y pasional. Entre ellos se podría nombrar a Max von Sydow (1929), probablemente el más conocido e internacional de ellos. Fue este actor sueco quien protagonizó al caballero medieval en El Séptimo Sello (1957), quien se juega la vida desafiando a la muerte en una partida de ajedrez. Max von Sydow trabajó con Bergman hasta principios de los 70´s, antes de que lo sedujeran las grandes productoras comerciales. Esa decisión no le fue perdonada por Bergman y nunca más volvió a llamarlo.
Destaca también Gunnar Björnstrand, quien prácticamente entregó toda su carrera histriónica a la filmografía de Bergman, y Erland Josephson (1923), quizá su actor más carismático, quien protagoniza magistralmente al histórico personaje de Johan (alter ego de Bergman) en la saga conformada por Secretos de un Matrimonio (1973) y Saraband (2003). Este actor trabajó también en las dos últimas películas del realizador ruso, Andrei Tarkovski -considerado por Bergman como el mejor director de todos los tiempos.
Por su parte, el papel de la mujer en los filmes de Bergman tiene un peso tan esencial como el del hombre. Delante de las cámaras de Bergman son de recordar los trabajos histriónicos de Bibi Andersson (presente de los 50´s hasta los 70´s); Eva Dahlbeck (protagonista en el filme, Por no hablar de esas mujeres -1964); pero sin duda alguna, el rostro femenino por excelencia de Bergman, y compañera cinematográfica de Erland Josephson, ha sido: Liv Ullman (Noruega, 1938).
Fue tan profundo el entendimiento entre Bergman y Ullman que esta artista noruega además de ser su actriz predilecta, incluso llevó la filosofía bergmaniana detrás de las cámaras, como realizadora. Su película Infiel (2000), además de corresponderle el guión y el argumento a Bergman, maneja claramente el mismo lenguaje cinematográfico de su maestro.
(Como dato curioso y vergonzoso, Liv Ullman se negó, en 1988, venir a Honduras a entregar un premio de UNICEF, pues no concordaba con el nefasto papel político y militar del Gobierno de Honduras -en su lugar vino Audrey Hepburn.)
Ingmar Bergman no sólo influyó en otros, sino en sí mismo. Su vida es cinematográfica al grado que se casó siete veces, tuvo ocho hijos, mantuvo numerosas relaciones amorosas, y ha escrito hasta la fecha, siete libros.
Dentro de su trabajo como escritor, denota gran sensibilidad y sus libros han llegado a tener entidad propia dentro de su historia en el arte. Sus escritos mantienen ese mismo rigor narrativo que tienen sus películas. Un respetado crítico literario en su país analizó su libro Las mejores Intenciones, publicado en 1992, y mencionó lo siguiente: "es una historia de amor innovadora que se incorpora con todos los honores en la historia de la literatura sueca". Al igual que su obra fílmica, su obra literaria se arma y rearma como capítulos biográficos.
La edad nunca detuvo su creación artística. A pesar de que Ingmar Bergman dijo que Fanny y Alexander sería su última cinta (sostuvo que su relación con el cine había terminado definitivamente), en diciembre de 2003 se estrenó Saraband y un millón de suecos fueron espectadores de esa resurrección.
Con Saraband, Bergman terminó su filmografía. Pero no cabe duda que Bergman siguió hasta su muerte siendo igual de obsesivo por responder sus preguntas internas. Lo persiguió su propio guión, "que la vida es una ininterrumpida e intermitente sucesión de problemas que sólo se agotan con la muerte".
Si hoy estuviese vivo, en horas de la tarde, en su casa en la isla de Farö, probablemente Bergman, iría conduciendo, como todas las tardes, su jeep que lo trasladaba a su cine personal (una pequeña sala que consta de 15 butacas). Bergman miraba un filme cada día.
Todos sus años de trabajo son perennes. Ingmar Bergman murió. Pero su legado está tan joven como esas piedras coralinas que desde su casa observaba sentado, moldeadas diariamente por el viento. El ferry de la vida ha vuelto embarcar, y Bergman dijo: "envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena".
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Por Jorge Pridal
(Valparaíso, Chile)
"Al principio
era Dios".
La vida me había amado
y arrastrado con su orgullo infructuoso.
Fui pobre de alma, solitario,
la luz hería mi piel
como poesía hundida de pasado.
¡Morí tantas veces, cada amanecer
sangró desde mi alma. Cada vez
ante el sueño crepitante, sabía morir. Era tarde:
Tarde para mí.
Lo perdía todo
tantas veces
extravié la risa.
Sabía que la verdad nos haría libres,
no alegres.
Sabía amanecer de memoria,
ciertas veces ebrio de pena.
Ciertas temporadas fue posible
besar la angustia labio a labio.
Tuve las miserias de las verdades,
fui
histrión ideal de mi mismo…
Venía crepitando como aullido de impotencia…
Fue el tiempo del dolor. Al principio
fue el dolor…
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Repaso por el cansancio sentado en estos nuevos bancos de piedra1
Por Antonio Balzac Cáceres
“Sabía que la verdad nos haría libres,
no alegres.”
Jorge Pridal
I
El estremecimiento que nos precede: una mirada, ansias, miedo y desde ya, unas ganas de irnos perdiendo: fuga.
Algo que no se puede contener y que está en la piel pero también en algún lugar perdido en la memoria.
Un vértigo fantasmal.
Un paseo por el pasado que durará un centellar de luciérnaga.
Será un chispazo.
Una muerte más, te digo.
(Pero seguimos vivos tras el intercambio de flujos ¿por un año, dos, toda la vida?)
Hemos abierto los ojos tarde: el camino andado hasta acá, sospecharlo(o quizás sospecharnos en él) nos incita a una nueva oscuridad, nos precipita a éste nuevo desastre con redecillas que nos aguarda en el fondo.
Deberíamos de ir en movimiento equivocado y no hacia adelante.
En movimiento desaprendido.
Solamente ir errando pasos.
(y tal vez el camino)
II
“Si aún creyera en algo puro jamás nos hubiésemos encontrado”, te decía.
III
Venerable(¿justa?) desgracia y sacra soledad del autoexilio al momento de ser abandonado: los amantes y los amorosos se van enredando en estas camas de donde se alzaran, en donde nunca más han de encontrarse: salen por la única salida de la pensión barata, la única posible, la una entre mil: los aviones parten.
El viejo balcón que da a la avenida España no promete Pacífico. Sólo horizontes llenos de edificios.
Para ese entonces pensaba yo en estratos: primer mundo y tercero y un inevitable cruce entre ambos: te reclinas y observas hacia el fondo y la muerte te saluda de mi lado; de tu lado, se extiende la más poderosa de todas las estaciones: Afrodita de Melos, he ahí tu supremacía, indolente, tras siglos y siglos lerdos, pacientes, y al fin agitados.
Esto te cierra.
Más tarde la historia del Nuevo Mundo se escurría por la abertura irremendable que me iban dejando los desvelos, el vuelo en fuga. Pero la verdad llega (¿en madrugada o hasta entrada la tarde?) como puta risueña de dientes mochos, hambrienta siempre de mí (¡oh! de mí)
Vivía de memoria y prestado de recuerdos.
Y lo que en verdad sucedía es que no había nacido el día en que mi madre parió porque de pronto una furia me desbastaba por dentro con sus ruidos secos y sus cuervos.
¿Es que no ves? ¿Tampoco oyes?
La vida florecía en sauces y peñascos al borde de lo único posible.
Un agua de romper.
¡Hermosas cataratas! ¡Hermosas y horribles cataratas!
El asiento a mi izquierda iba vacío.
Y a tu diestra.
El Sur.
Y edificios.
1. Texto inédito.
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Por Dennis Durón Dávila
Me sentía muy emocionado por el viaje a Nicaragua; representar mi alma mater en eso de la cultura, específicamente, en Literatura. Por una u otra razón nos quedamos estacionados por casi cinco horas en la aduana. Dos jovencitos, por sólo tener veinte años, no llevaban los permisos requeridos - La ley ese día si se digno en aparecer-. Curiosamente, entre bromas, anécdotas e inquisiciones profesionales apareció él en la conversación. Comentamos de su obra, de su cátedra, de su carácter y de nuestra amistad. Horas después, ya de noche, por el mail de un amigo, me daría cuenta de la trágica noticia: “Espero que la estés pasando bien. Lamento mucho tener que darte esta noticia, pero el Lic. Berríos falleció a las diez de la mañana. Dicen que fue por un problema respiratorio. Mañana se celebrará una misa”… Y un par de palabras más que, siendo razonable, no recuerdo.
Aunque no lo sepan o no les interese, es correcto decir que mi presentación no fue la misma. Intenté por todos los medios situarme como a él le hubiera gustado verme. Me lo imaginé sonriente y orgulloso, me lo imaginé feliz, me lo imaginé… conmigo.
Regresé y la rutina se apoderó de mí pero no de mis recuerdos. Traje a mi memoria que alguna vez le escribí algo con toda la honestidad que profesaba nuestra amistad. Costó mucho decidirme hacerlo público pero a fin de cuentas lo hice. A continuación, leerán lo que hace un par de años le obsequié en su sala, momento que cerró con un abrazó imposible de olvidar y que hoy es un tributo a los “cafecitos”, a su mal genio y a las peleas, a los cariños, un tributo a él:
A mi buen amigo:
Rubén Berríos H. (Como a él le gusta).
Cuando le conocí me costaba creer en todo lo que fuera menos palpable. Hasta que le conocí mis relaciones no se excedían más allá de lo curricular. Pero el buen amigo, no sé cómo, abrió una puerta en la literatura universal de los afines, en los viajes de investigación a los abrazos, en el minuto exagerado y neurótico de la partida, a las 6:30 de la mañana, rumbo a la tradición oral (porque cuando dice ya, es ya –lo que hace sencillamente para molestar-). Sí, hasta que le conocí conocía poco de los mundos fantásticos.
En su cabeza siempre hubo muchos cipotes que juegan a soñar; unos bajo el regazo de papá y mamá, otros… ansiosos solitarios, y otros con las camisas rotas y bocas babosas. Para nada importa la calificación, a espaldas de los hombres y mujeres, en su cerebro infantil y demasiado inocente, toda la magia de sus mundos; la potra en fin de semana, las bromas pesadas, la exigencia, todo y todas las cosas le hacen sentir la efervescencia de la risa contenida.
Con la carga de tres o cuatro libros de poesía y con enojo por no haber respuesta de algunos alumnos, puede ser que se pregunte por qué en este país nadie ve nada. Nadie hace nada. Nadie escribe cuentos. Nadie hace música. Nadie canta. Nadie hace revoluciones. Nadie grita. Nadie responde. Nadie dice lo que siente. Nadie se enamora. Inconformidades que le duelen porque deben ser…, las que amortigua con raudales de luz: esas indirectas a las que nos acostumbramos fácilmente.
Cuando pienso en él, como ahora, le imagino jugando con sus mables, en el patio de su casa, cerca del almendro, conversando con su “caracol de cristal”, preguntándole sobre el más allá de los espejos, sobre las matas de maíz, sobre el azul, el mar, las gaviotas y los barquitos de papel, rogando por montar una de las mariposas que suelen planear en el viento amarillo que golpea delicadamente su rostro y enreda su pelo desde antes que se volviera cano.
Con mi buen amigo R. hemos compartido la tierra, las alegrías, las cóleras y discusiones, y los mables prodigiosos que inventó; los que no son otra cosa que sus ilusiones y sueños florecidos de niño, porque R., mi amigo, que importa la edad que tenga y los resentimientos que muestre, siempre, siempre… siempre será un niño.
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Por Raséc Outis
Verle tendido, rendido, en los maderos del tomento.
Tendido, sin oponerse siquiera al macabro clavo y funesto martillo que, del
rendido son, y su destino conocía: Los maderos,
en donde es su lugar. Los…
los gritos, escupitajos y golpes también de Él son, en
maderos malditos, leña verde en llamas, rendido,
del todo, el Poderoso, en tendido
tormento… verle.
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EN SUEÑO HÁMÁLÁ
Repentinamente apareció, un pequeñísimo punto de luz en la oscuridad apareció. Se encendía y se apagaba y se iba estirando de su parte superior, luego de la parte inferior iba estirándose; destruyendo así su forma esférica y convirtiéndose en una línea vertical y luminosa en la oscuridad. Comenzó a temblar y, volvió a su estado original. Continuó oscilante y de nuevo estirose, pero ahora formó una línea horizontal y luminosa que no dejaba de titiritar. Luego se contrajo y volvió a ser el punto de luz en movimiento. Fue expandiéndose lentamente hasta formar una gran circunferencia que abarcó todo, todo el espacio ocupado por la oscuridad. Y dentro de él, imprevistamente dentro de él, se fue materializando un pasillo de espejos en donde se vio reflejado Edgar van Gastel; y reflejado comenzó a caminar, y al caminar miraba como las repeticiones de su imagen lo imitaban en el piso y en el cielo y a sus lados lo imitaban. Llegó al final del pasillo seguido de sus reflejos, detúvose en una puerta enorme de enormes espejos y se encontró de nuevo frente a frente con él mismo, con sus reflejos. Edgar movió su cabeza al lado izquierdo y el Edgar del espejo lo hizo al lado derecho, a su lado derecho movió la cabeza Edgar y el Edgar del espejo al lado izquierdo lo hizo. Edgar tocó con su dedo su imagen en la puerta y creó una reacción de ondas que se extendía por todo el pasillo, y luego regresaba a su punto de origen para volver a desplegarse y dar inicio a un juego cadencioso que, poco a poco fue perdiendo fuerza hasta finalmente detenerse en donde Edgar tocó con su dedo. Lo miraba asombrado Edgar. Abrió la boca e instantáneamente su reflejo en la puerta la boca abrió. Después de un momento la juntó; pero su reflejo la mantuvo abierta aspirando fuertemente hasta tragárselo en un momento.
Edgar abrió los ojos y miró que estaba en el interior de un domo gigante, gigante que estaba compuesto por fragmentos en forma de hexágonos, hexágonos de espejos. Se quedó inmóvil y extático admirando las miles de imágenes de él mismo. Dudando de lo que miraba puso su mano en su pecho para constatarse que no era una repetición más, y este movimiento se vio seguido de innumerables reiteraciones sincrónicas por parte de sus reflejos haciendo casi infinito éste movimiento. El domo comenzó a estrecharse. Edgar tuvo la sensación de estar atrapado en el ojo de una mosca que volaba alocadamente sentía Edgar. Y todo aquel espacio fue moviéndose dando giros muy lentos, ganando rapidez poco a poco, acelerándose fue hasta convertirse en un gran remolino que desgarraba todo, todos los espejos y las múltiples repeticiones, mientras tanto él se mantenía intangible en el centro de aquella aniquilación, en aquél espacio, en el remolino. Y de tanto girar fue perdiendo velocidad el remolino, perdiendo velocidad fue y detúvose un instante… Volvió su actividad giratoria, en dirección contraria fue, construyendo un nuevo mundo fue… Hasta que finalmente se detuvo.
Edgar se vio en un terreno árido, pedregoso y muy accidentado en donde apenas sobrevivían algunos viejos robles mustios. Dio varios pasos y observó que estaba en una lóbrega necrópolis inundada de cruces y tumbas, que de bruma inundada era. De repente se vio atrapado en medio de una larga y numerosa caravana espectral que vestíanse de blancas túnicas y de oscuros capuchones. Cada uno iluminando el camino con una tea, así la procesión de espectros avanzaba junto a la procesión de teas. Edgar decidió acompañarlos y se les unió en la marcha, caminando fue junto a ellos. El largo silencio de aquel lugar se vio interrumpido por una voz que provenía del lado frontal de la procesión; apagada, fantasmagórica y amarga era aquella voz que decía:
— ¡Espíritu sanctus ora pronobis!…
— ¡Espíritu sanctus ora pronobis!… Decía y avanzaba.
A cada paso que daban se unían otras voces al canto: voces estridentes, ladridos necrófagos, murmullos de violín, cláxones de desfiladeros, cantos de candiotas, risas de zaino, lamentos tétricos, rugidos en reyerta, mugidos de ripio, goteras sonajas, chasquidos de guadañas, lluvia de monedas de plata, repiques de baterías, roces de élitros de cristal, conversaciones en rebudio, detonación de tambores, voces de ñaques, voces, voces y más voces decían en sinfonía avernal:
— ¡Espíritu sanctus ora pronobis!
— ¡Espíritu sanctus ora pronobis!
— ¡Espíritu sanctus ora pronobis!
— ¡Espíritu sanctus ora pronobis!
Decían mientras avanzaban bailoteando en un ballet exánime con un ataúd, fueron jugando como el viento lo hace con una hoja con el ataúd.
— ¡Espíritu sanctus ora pronobis!
— ¡Espíritu sanctus ora pronobis!
— ¡Espíritu sanctus ora pronobis!
— ¡Espíritu sanctus ora pronobis!
Decían todos los espectros en coro con voz apagada y amarga. De repente… callaron. Callados en un silencio de óbito subieron una gran loma desde donde Edgar observó un río caudaloso, y a la orilla del río, un niño sonriente colando arena a través de una tela metálica sujeta en un rústico marco de madera, donde arena colaba.
Edgar fue abriéndose paso en medio de la gran muchedumbre con la intención de llegar hasta el féretro antes que diera inicio la inhumación.
Mientras tanto en la orilla del río, el chiquillo sentía que sus fuerzas marchitábanse, con cada porción de arena que afinaba con sus fuerzas.
…Y… finalmente, cayó la primera palada de tierra en la fosa, dentro de la fosa sobre el féretro cayó la primera palada de tierra, y con ella el clímax. Comenzaron los sollozos, las lágrimas, los gritos; demostraban algunos inefables dolores, escuchábanse juramentos de venganza que se confundían con los clamores colectivos perdiéndose en lo infinito de las paladas de tierra.
Edgar salió turbado de aquel lugar. Buscó con su mirada al chiquillo, pero encontró únicamente la pala clavada en un montículo de arena refinada, y junto a ella el rústico marco que se había caído.
Edgar se dirigió a una muralla traslúcida de ladrillos corroídos, y antes de llegar sintió que todo se movía, estaba parado en la nada, con el suelo sobre su cabeza y parado en la nada. Todo comenzó a girar rápidamente. Edgar sintió que era el eje de una rueda, cerró los ojos y dejó que la rueda girara hasta que ella se detuvo. Se quedó parado un instante, luego fue caminado y poco a poco el lugar se le hizo conocido, estaba en la calle Veinticuatro-quince, la reconoció al caminar. Edgar la observó distinta, todo estaba cubierto por una película grisalla de polvo, automóviles, edificios, todo. La ausencia de sonido le sugería que el lugar estaba desierto; y de repente la cadena de silencio que había se rompió, con un fuerte trueno antecedido por un centellante relámpago se rompió. Edgar tomó camino por el centro de la calle caminando se fue. Había una nube gigantesca estacionada en el cielo, le asombraba su cercanía, y pareciole que podía tocar a la algonodosa nube gigante. Levantó la vista y continuó caminado, sin dejar de verla caminando se fue. Comenzó a caer una leve llovizna, casi imperceptible caía. Conforme Edgar avanzaba íbase intensificando, y cuando estuvo parado justo bajo la nube, ésta comenzó a ascender y ascender y se detuvo a cierta distancia. Edgar frenó su marcha observándola, y la llovizna repentinamente cesó. La nube comenzó a retumbar y con su retumbo comenzaron a caer gotas de lluvia, en forma aislada caían. El flash de un relámpago las iluminó encerrándose en ellas, amplificó su efecto visual en ellas, diáfanas cuentas de lluvia iluminadas eran. Edgar se asustó al escuchar los horrorosos: ¡AAAAAHHHHHHHHHHH…! que gritaban las esferoidales gotas al caer como bólidos de la gran masa nubosa, y al momento de en el suelo impactar sonaban los estrepitosos golpes de un gong, e inmediatamente se pulverizaban en minúsculos montículos de ceniza coronados con grises nubecillas. Edgar las miraba perplejo, extendió sus brazos y manos para sentirlas, y fue mucha su sorpresa cuando miró que lo atravesaban sin sentirlas. La lluvia se intensificó. Edgar tapose los oídos huyendo de aquél griterío luciferino. Corrió y corrió, hasta percatarse de la lejanía de la nube y de su lluvia corrió. Se detuvo un instante. Continuó su marcha, a paso lento continuó. Sintió que era acechado. Detúvose nerviosamente mirando en muchas direcciones, y volvió a caminar hasta sentirse tranquilo de no mirar nada, se fue, caminando fue. Fijó la vista en el piso, e inesperadamente sintió como deslizábase una suave mano por sobre su brazo, y tiernamente entrelazaba sus dedos con los de él. Siguió caminando. Levantó la mirada y observó a una dama que vestía de rojo, con el cabello oscuro y largo y brillante que le llegaba hasta los hombros y vestida de rojo. Ella lo miró. Edgar sentía que un fuego incontenible le devoraba el corazón cuando ella lo miraba, ella lograba acariciarlo con su mirada. Él se sentía feliz de estar al lado de ella, tomado de la mano de ella, contemplándola, deseando que ese instante se perpetuara.
A lo lejos, divisó a lo lejos al endeble y herrumbrado edificio metálico que está entre la calle Veinticuatro-quince y la calle de los Olmos. Desde el fondo de su ser sentía que todo estaba a punto de terminar. Ella se detuvo, lo acercó a su boca, y boca contra su boca lo besó. Lo volvió a tomar de la mano, reanudaron su andar haciéndolo más aprisa. Llegaron a las verjas del edificio que colmadas de óxido eran. Ella lo soltó y lo besó. Él trató de tomarle de nuevo la mano, ella lo volvió a besar y le dijo:
— Tengo que irme.
— ¿A dónde? Le preguntó Edgar.
Ella hizo una larga y silenciosa pausa… y volvió a decir:
— Tengo que irme.
Dio media vuelta y comenzó a caminar, se detuvo, lo miró y le dijo:
— Buscame.
— ¿A dónde? Le preguntó Edgar.
Ella volvió a caminar. Edgar la siguió y gritó desesperado:
— ¿A dónde, decime a dónde?, no sé ni cómo te llamás, ¿Cómo te llamás?
Ella se detuvo. Él la alcanzó y la abrazó y la besó, Edgar la miró a los ojos y la besó.
— ¿Cómo te llamás? Le volvió a preguntar mientras la miraba a los ojos.
— Hámálá. Respondió ella.
— ¿Hámálá?
— Sí, Hámálá. Dijo ella.
— Hámálá.
— Hámálá. Repitió ella. —Buscame.
Lo volvió a soltar, él la tomó de nuevo. Ella lo besó y lentamente fue soltándole la mano hasta que finalmente quedaron unidos únicamente por la punta de los dedos.
— Tengo que irme. Le dijo ella.
…Y finalmente se soltaron. Ella comenzó a caminar y se fue, cruzando la calle de Los Olmos fue. Mientras tanto Edgar quedose obstaculizado, detenido por una extraña fuerza inmovilizado se quedó, mirando como ella se alejaba se quedó. Los ojos cerró y dijo:
— Hámálá, Hámálá, Hámálá, ¡HÁMÁLÁÁÁÁÁ! Gritó largamente…
Y fue tan estruendoso aquél grito que aquél mundo comenzó a vibrar, como las cuerdas de un arpa a vibrar, y fisurándose fue hasta romperse como un cristal. Todo había terminado, pero el grito perduraba, ahora en el mundo de Edgar, en el verdadero resonaba el grito.
5 comentarios:
Aquí estoy disfrutándolos
Amigo Dario:
En "Bola de hierro" apreciamos mucho tus comentarios. Todo texto que desees subir lo puedes enviar a lahistoriaavanza@gmail.com , que con gusto lo agregaremos en la nueva entrada.
Martín.
Gabriela: Gracias por tus palabras.
Seguiremos ofreciendo, a ustedes los lectores, las voces de esos ciudadanos del mundo que quieren hablar.
Martín.
¡Saludos desde Argentina! Interesante blog..Felicitaciones. Me gustaria contactar a Jorge Pridal, si es posible que me aydaran se los agradeceria, mi mail es nadiagalindez@hotmail.com.
Balzac necesito información acerca de ti qué es lo que pasa con Tegucigalpa y el traidor golpista.
Paz
Jorge Pridal
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